Hay algo poderoso y seductor en el encuentro virtual con los estudiantes: sorprende verlos por primera vez en sus casas, en los ambientes del hogar, en lugares al mismo tiempo próximos y remotos.
Seduce escucharlos desde una vereda lejana en El Cumbal, ver al fondo el patio de la casa en un corregimiento de Samaná o conocer, de primera mano, algún relato del confinamiento obligatorio a diez horas de la familia.
Más allá de los contenidos formales de los programas académicos, el momento convoca a conversar con ellos sobre el crujido del mundo en sus casas.